¿Cómo saber si tengo estrés patológico?
¿Te sentís cansado, agotado, frustrado y no sabés por qué?
- ¿Tenés problemas para dormir?
- ¿Tenés la sensación de que te levantás cansado, como que el sueño no fue suficiente?
- ¿Experimentás un sentimiento de fastidio fuerte por problemas cotidianos menores?
- ¿Te sentís abrumado por preocupaciones y obligaciones, como si todo se volviera difícil?
- ¿Tenés el sentimiento de que te cansa vivir, como que la vida es muy complicada y trabajosa?
Si respondés afirmativamente a algunas o todas las preguntas de arriba, es muy probable que lo que sigue te pueda ayudar.
El estrés es un proceso complejo, en el que juegan un papel muchos sistemas de nuestro organismo. Ok, estar estresado es estar cansado o nervioso, pero también es mucho más. En pocas palabras, el estrés es estar todo el tiempo en guardia, a la defensiva, en vilo; siempre listo para pelear o escapar. El problema es que no hay nadie con quien pelear ni nada de qué escapar, porque el enemigo está adentro de uno y nos lo llevamos a todas partes con nosotros.
¿Querés saber más sobre el estrés?
El estrés es un proceso que involucra dos aspectos:
Las cosas que pasan alrededor de uno, fuera de uno, en el exterior que nos rodea, es decir, el contexto.
Las cosas que pasan dentro de uno, en nuestra mente, en nuestro organismo, nuestras formas de interpretar y reaccionar, es decir, la respuesta de estrés.
Si pensamos en el primer aspecto, vamos a encontrarnos con algo muy interesante: aunque parezca raro, casi no existen estresores universales. ¿Qué quiere decir esto? Que no existen situaciones externas que nos estresen a todos por igual. Sí, es cierto que hay algunas circunstancias que estresan a la mayoría de las personas, como la pérdida del trabajo, una relación amorosa no correspondida, un problema de salud, etc. Pero incluso en estos casos, donde hay una amenaza real, para entender el estrés va a resultar muy importante la manera en que cada persona interpreta y afronta los problemas.
En síntesis, el estrés no sólo está determinado por las cosas que ocurren alrededor de nosotros, sino por la manera en que nosotros lidiamos y nos enfrentamos con esas cosas.
Entender el estrés
En líneas generales, hay tres grandes modos de entender a una situación estresante:
Es una amenaza
Vemos a la situación como algo a lo que tenemos que temer y que no podemos afrontar. No nos queda otra alternativa que escapar.
Es un daño que ya ocurrió
En ocasiones, valoramos la situación como un daño que ya ocurrió y no se puede reparar, no nos queda otra opción que adaptarnos a la pérdida.
Es un desafío que tenemos por delante
Finalmente, podemos entender a la situación como un desafío. Esto es lo más sano. Consiste en reconocer el conflicto, sí, pero valorando los recursos personales que tenemos para afrontarlo.
- ¿Qué puedo hacer al respecto?
- ¿Qué opciones tengo para solucionar este problema?
- Y si no se puede solucionar, ¿qué puedo hacer para disminuirlo?
Decimos que esta es la forma más sana de entender una situación estresante porque nos permite darle la dimensión y la gravedad que realmente tiene, pensando en las posibilidades concretas que tenemos de resolverla o reducirla.
Cuando el estrés es un problema
El estrés es un problema cuando es crónico, es decir, sostenido en el tiempo, por largos períodos. Si la reacción de estrés es corta, nuestro organismo la tolera perfectamente. De hecho, la respuesta de estrés natural es un proceso relativamente breve.
Retrocedamos a la forma más natural, más primitiva del estrés: cuando un organismo en la naturaleza se encuentra con un peligro, se pone en marcha la respuesta de estrés, o sea, el organismo se dispone a pelear o a huir. Por eso, el corazón late más fuerte y más rápido, bombeando más sangre y oxígeno, alimentando mejor a los músculos que se ponen tensos a fin de luchar o escapar. Estamos alertas, atentos, hipersensibles a cualquier movimiento inesperado para reaccionar rápidamente. Luego de un período breve, a veces minutos, el estresor (la amenaza) desaparece y el equilibrio se reestablece.
Seguramente viste esta secuencia en documentales: una liebre o un ciervo alzan la cabeza, paran las orejas ante un ruido que puede haber sido causado por un depredador o un animal rival de su misma especie. Se tensan, no saben si tendrán que escapar o presentar batalla. Tal vez la secuencia que viste terminó en escaparse de una fiera, tal vez en una lucha entre pares. O, quizás, el animal vio que la causa del ruido no era peligrosa y volvió a comer hierba con toda calma.
Pero ¿qué sucede con los estresores modernos, de nuestra vida cotidiana actual?
Los sucesos que hoy en día nos estresan se instalan en nuestras vidas, a veces todo el día y todos los días. Pensá en estos ejemplos: un jefe o compañero de trabajo que nos hostiga, el dinero que no nos alcanza, el tránsito intenso que nos hace llegar tarde a todos lados… Pero hay un estresor aún más potente: nuestros propios pensamientos. A nuestras preocupaciones nos las llevamos literalmente hasta la cama.
Ya habíamos dicho que en el estrés interviene lo que pasa alrededor de nosotros (trabajo, dinero, tránsito) pero también lo que pasa adentro de nosotros (nuestros pensamientos). Y eso que nos pasa adentro nos acompaña a todas partes, permanentemente. Estás las veinticuatro horas preocupado por esas situaciones que, en realidad, ocupan pocas horas de tu día.
De este modo, esa tensión que debería durar minutos o, como mucho, unos pocos días, dura meses. Esto expone al organismo a un esfuerzo de adaptación para el que no está preparado. Al cabo de un tiempo, empieza a dar los signos de agotamiento como los que conocemos: cansancio, intolerancia a la frustración, irritabilidad, dificultades para dormir bien, entre otros. Luego de un tiempo de tensión, nuestro cuerpo se enferma.
Sí, efectivamente, el estrés enferma. Es la causa de más de la mitad de los problemas de salud.
¿Sabés qué hacer para reducir el estrés?
Primer paso: Hábitos saludables de modo regular
Hay que hacer actividad física, dormir no menos de 7 horas diarias, comer sano y tener actividades que se disfrutan. Todo esto de manera regular.
Pero lo más importante es sostenerlo en el tiempo. De poco sirve si lo hacemos un mes y abandonamos. Tampoco hay mucho problema si una semana tenés que suspender por una situación especial.
Recordá que el estrés agudo se tolera bien, el problema es el estrés crónico.
Segundo paso: Una actitud positiva pero realista, orientada a resolver los problemas
Todos afrontamos estresores de modo cotidiano, durante toda la vida.
NO existe una vida sin obstáculos ni inconvenientes.
Aceptar esto es sabio y el principio de una buena salud mental.
Procurá ver los obstáculos como lo que son, obstáculos, y no como tragedias o catástrofes. Se trata de convertir las amenazas en desafíos.
Ante un problema preguntate no sólo cuánto te va a afectar, sino qué podés hacer para resolverlo; valorá lo que podés y sabés hacer. Y no dudes en pedir ayuda.
No te quedes paralizado pensando en lo que no podés hacer.
Poné el foco en lo que sí podés hacer, en actuar, en solucionar.
Concentrate en lo que sí se puede y no en lo que no se puede.
Tercer paso: actuá, hacé, movete, comportate, accioná o como te guste llamarlo.
Los problemas se resuelven pensando y haciendo. Las dos cosas son importantes. Pensá opciones de solución y andá poniéndolas en práctica. No te des por vencido si a la primera no te sale.
Usá bien tus energías, no las desperdicies en quejarte permanentemente; no te sientas un desgraciado ni te enojes con el mundo, el país, Dios o el universo por lo que sucede. Por ejemplo, si se rompió la computadora, no pierdas tiempo renegando, mejor llamá al técnico. Los aparatos se rompen siempre, tarde o temprano.
Y si, finalmente, el problema no se puede solucionar, si luego de intentar al final llegás a la conclusión de que no hay una solución como vos querés, entonces…
Cuarto paso: aceptá, aprendé a vivir con ello
Las cosas no son siempre como vos querés, ni las personas actúan como a vos te gusta.
Esto es un hecho, te guste o no.
Cuando algo no es como esperamos y no puede modificarse, es mejor reconocerlo y adecuarse a la nueva realidad. Renegar no va a cambiarlo. Como ya dijimos, sólo va a perjudicarnos la salud. A veces, las cosas malas simplemente ocurren y uno no tiene más opción que adaptarse, incluso a algo que no nos parece justo, razonable, ni siquiera lógico.
Podés pedir ayuda para lograr manejar el estrés
A la mayoría de las personas que viven en una ciudad grande, ajetreadas, con mucho trabajo y poco tiempo les viene bien conocer las pautas básicas para manejar el estrés.
Hay algunos casos en que aprender a manejar el estrés es imprescindible. Y, a veces, aprender a manejar tu estrés puede requerir el apoyo de un terapeuta.
¿Cuándo pedir ayuda?
- Si no podés dormir bien, al menos 7 hs. diarias, durante semanas.
- Si te levantás con la sensación de estar agotado varios días a la semana.
- Si perdés peso involuntariamente.
- Si comés en exceso sin control para compensar tu malestar emocional.
- Si tenés problemas digestivos crónicos, reflujo, malestar gástrico, diarrea o constipación.
- Si la cabeza te duele sin motivo, muchos días, muchas horas.
- Si tenés la sensación de que la vida es una carga.
Entonces, consultá, es probable que el estrés esté silenciosamente dañando tu salud.
En Cetecic contamos con una red de terapeutas capacitados para ayudarte.