Si respondés afirmativamente a algunas o todas las preguntas de arriba, es muy probable que lo que sigue te pueda ayudar.
El estrés es un proceso complejo, en el que juegan un papel muchos sistemas de nuestro organismo. Ok, estar estresado es estar cansado o nervioso, pero también es mucho más. En pocas palabras, el estrés es estar todo el tiempo en guardia, a la defensiva, en vilo; siempre listo para pelear o escapar. El problema es que no hay nadie con quien pelear ni nada de qué escapar, porque el enemigo está adentro de uno y nos lo llevamos a todas partes con nosotros.
El estrés es un proceso que involucra dos aspectos:
Las cosas que pasan alrededor de uno, fuera de uno, en el exterior que nos rodea, es decir, el contexto.
Las cosas que pasan dentro de uno, en nuestra mente, en nuestro organismo, nuestras formas de interpretar y reaccionar, es decir, la respuesta de estrés.
Si pensamos en el primer aspecto, vamos a encontrarnos con algo muy interesante: aunque parezca raro, casi no existen estresores universales. ¿Qué quiere decir esto? Que no existen situaciones externas que nos estresen a todos por igual. Sí, es cierto que hay algunas circunstancias que estresan a la mayoría de las personas, como la pérdida del trabajo, una relación amorosa no correspondida, un problema de salud, etc. Pero incluso en estos casos, donde hay una amenaza real, para entender el estrés va a resultar muy importante la manera en que cada persona interpreta y afronta los problemas.
En síntesis, el estrés no sólo está determinado por las cosas que ocurren alrededor de nosotros, sino por la manera en que nosotros lidiamos y nos enfrentamos con esas cosas.
Vemos a la situación como algo a lo que tenemos que temer y que no podemos afrontar. No nos queda otra alternativa que escapar.
En ocasiones, valoramos la situación como un daño que ya ocurrió y no se puede reparar, no nos queda otra opción que adaptarnos a la pérdida.
Finalmente, podemos entender a la situación como un desafío. Esto es lo más sano. Consiste en reconocer el conflicto, sí, pero valorando los recursos personales que tenemos para afrontarlo.
Decimos que esta es la forma más sana de entender una situación estresante porque nos permite darle la dimensión y la gravedad que realmente tiene, pensando en las posibilidades concretas que tenemos de resolverla o reducirla.
El estrés es un problema cuando es crónico, es decir, sostenido en el tiempo, por largos períodos. Si la reacción de estrés es corta, nuestro organismo la tolera perfectamente. De hecho, la respuesta de estrés natural es un proceso relativamente breve.
Retrocedamos a la forma más natural, más primitiva del estrés: cuando un organismo en la naturaleza se encuentra con un peligro, se pone en marcha la respuesta de estrés, o sea, el organismo se dispone a pelear o a huir. Por eso, el corazón late más fuerte y más rápido, bombeando más sangre y oxígeno, alimentando mejor a los músculos que se ponen tensos a fin de luchar o escapar. Estamos alertas, atentos, hipersensibles a cualquier movimiento inesperado para reaccionar rápidamente. Luego de un período breve, a veces minutos, el estresor (la amenaza) desaparece y el equilibrio se reestablece.
Seguramente viste esta secuencia en documentales: una liebre o un ciervo alzan la cabeza, paran las orejas ante un ruido que puede haber sido causado por un depredador o un animal rival de su misma especie. Se tensan, no saben si tendrán que escapar o presentar batalla. Tal vez la secuencia que viste terminó en escaparse de una fiera, tal vez en una lucha entre pares. O, quizás, el animal vio que la causa del ruido no era peligrosa y volvió a comer hierba con toda calma.
Los sucesos que hoy en día nos estresan se instalan en nuestras vidas, a veces todo el día y todos los días. Pensá en estos ejemplos: un jefe o compañero de trabajo que nos hostiga, el dinero que no nos alcanza, el tránsito intenso que nos hace llegar tarde a todos lados… Pero hay un estresor aún más potente: nuestros propios pensamientos. A nuestras preocupaciones nos las llevamos literalmente hasta la cama.
Ya habíamos dicho que en el estrés interviene lo que pasa alrededor de nosotros (trabajo, dinero, tránsito) pero también lo que pasa adentro de nosotros (nuestros pensamientos). Y eso que nos pasa adentro nos acompaña a todas partes, permanentemente. Estás las veinticuatro horas preocupado por esas situaciones que, en realidad, ocupan pocas horas de tu día.
De este modo, esa tensión que debería durar minutos o, como mucho, unos pocos días, dura meses. Esto expone al organismo a un esfuerzo de adaptación para el que no está preparado. Al cabo de un tiempo, empieza a dar los signos de agotamiento como los que conocemos: cansancio, intolerancia a la frustración, irritabilidad, dificultades para dormir bien, entre otros. Luego de un tiempo de tensión, nuestro cuerpo se enferma.
Sí, efectivamente, el estrés enferma. Es la causa de más de la mitad de los problemas de salud.
Hay que hacer actividad física, dormir no menos de 7 horas diarias, comer sano y tener actividades que se disfrutan. Todo esto de manera regular.
Pero lo más importante es sostenerlo en el tiempo. De poco sirve si lo hacemos un mes y abandonamos. Tampoco hay mucho problema si una semana tenés que suspender por una situación especial.
Recordá que el estrés agudo se tolera bien, el problema es el estrés crónico.
Todos afrontamos estresores de modo cotidiano, durante toda la vida.
NO existe una vida sin obstáculos ni inconvenientes.
Aceptar esto es sabio y el principio de una buena salud mental.
Procurá ver los obstáculos como lo que son, obstáculos, y no como tragedias o catástrofes. Se trata de convertir las amenazas en desafíos.
Ante un problema preguntate no sólo cuánto te va a afectar, sino qué podés hacer para resolverlo; valorá lo que podés y sabés hacer. Y no dudes en pedir ayuda.
No te quedes paralizado pensando en lo que no podés hacer.
Poné el foco en lo que sí podés hacer, en actuar, en solucionar.
Concentrate en lo que sí se puede y no en lo que no se puede.
Los problemas se resuelven pensando y haciendo. Las dos cosas son importantes. Pensá opciones de solución y andá poniéndolas en práctica. No te des por vencido si a la primera no te sale.
Usá bien tus energías, no las desperdicies en quejarte permanentemente; no te sientas un desgraciado ni te enojes con el mundo, el país, Dios o el universo por lo que sucede. Por ejemplo, si se rompió la computadora, no pierdas tiempo renegando, mejor llamá al técnico. Los aparatos se rompen siempre, tarde o temprano.
Y si, finalmente, el problema no se puede solucionar, si luego de intentar al final llegás a la conclusión de que no hay una solución como vos querés, entonces…
Las cosas no son siempre como vos querés, ni las personas actúan como a vos te gusta.
Esto es un hecho, te guste o no.
Cuando algo no es como esperamos y no puede modificarse, es mejor reconocerlo y adecuarse a la nueva realidad. Renegar no va a cambiarlo. Como ya dijimos, sólo va a perjudicarnos la salud. A veces, las cosas malas simplemente ocurren y uno no tiene más opción que adaptarse, incluso a algo que no nos parece justo, razonable, ni siquiera lógico.
A la mayoría de las personas que viven en una ciudad grande, ajetreadas, con mucho trabajo y poco tiempo les viene bien conocer las pautas básicas para manejar el estrés.
Hay algunos casos en que aprender a manejar el estrés es imprescindible. Y, a veces, aprender a manejar tu estrés puede requerir el apoyo de un terapeuta.
Entonces, consultá, es probable que el estrés esté silenciosamente dañando tu salud.
En Cetecic contamos con una red de terapeutas capacitados para ayudarte.
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